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Carlota Ramírez (El Salvador)

“Queremos que aprueben la Ley Integral que hemos venido trabajando con tanto esfuerzo, para que haya una verdadera reparación moral, material, verdad y justicia y no repetición”

Foto: Asociación PB. https://es-la.facebook.com/pg/probusqueda.joncortina/photos/

Integrante de la Concertación Monseñor Romero, del Comité de Familiares de Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos “Marianella García Villas” CODEFAM, Grupo Gestor para la Ley de Reparación Integral de Víctimas del Conflicto Armado Salvadoreño.

Mi origen y la Iglesia Popular de Monseñor Romero

Soy Carlota Ramírez y nací el 4 de noviembre de 1958 en el cantón El Progreso jurisdicción de Santa Tecla, departamento de la Libertad, ahí viví hasta los 6 años, que mis papás se separaron. Mi mamá se fue a vivir a otro cantón, a San Jerónimo y ahí terminé de crecer. Más tarde me fui a vivir a San Juan Los Planes, también en el departamento de La Libertad, donde me organicé en la Iglesia popular. Siempre he estado organizada en la Iglesia, quizás desde pequeña, porque mis padres -que ya no están- nos inculcaron que teníamos que ir a la iglesia, nos enseñaron a rezar. Fuimos 12 hermanos en total.

Mi hermano mayor Rufino Ramírez, el que mataron, siempre nos llevaba a la iglesia porque él era “rezador” eso quiere decir que él iba a las casas donde se moría alguien y hacía las oraciones en el velorio, etc. A él siempre venían a buscarlo para que rezara cuando alguien se moría y era muy conocido en la comunidad por eso, a veces todos los hermanos lo acompañábamos. Mi hermano estaba organizado en la iglesia de la Comunidad de San Juan Los Planes, esa comunidad la fundó Monseñor Romero, él estaba organizado allí cuando lo mataron, tenía 45 años, él era el mayor, yo soy la última, la más pequeña, mi hermano nos enseñó a rezar todas las noches, pero a medida que íbamos creciendo él nos iba diciendo que todo, no sólo era rezar y que también había que escuchar las noticias, que había que conocer la realidad.

Así pasó el tiempo y en esa comunidad que llegó a fundar Monseñor Romero -que al principio era una comunidad bastante problemática porque había mucho alcohol y mucha fiesta y los sacerdotes también eran bien alcohólicos y había mucho problema-; llegó Monseñor y otro Obispo, que era Monseñor Urioste y entre ellos, y otros artistas de la UCA1, como Guillermo Cuéllar, que también nos apoyaron, reconstruimos esa comunidad.  También había otros laicos que apoyaban la comunidad, como la abogada Rossi y Carlos Meléndez, que era estudiante de medicina en la Universidad Nacional. Todos los domingos nos reuníamos y estudiábamos la biblia y aprendimos muchas cosas.

Inicios de la Persecución

En 1980 empezó la persecución más fuerte, porque ya antes había mucha represión, pero cuando mataron a monseñor Romero, se hizo peor, aunque antes la violencia ya existía, claro. Mi hermano escuchaba muchas noticias y sabíamos lo que pasaba en Cuba, en Nicaragua y también en El Salvador. Escuchábamos la Radio Venceremos2, que en ese momento era la única radio que nos contaba cómo eran las cosas, porque el Gobierno no decía la verdad, nos mentían con todo. Y entonces nos juntábamos todas y todos, y mi hermano que andaba siempre con su pequeña radio escuchándola y sintonizando todas las noticias, nos decía: “oigan, oigan, cómo están en Chalatenango, oigan lo que está pasando” y así nos íbamos enterando de la realidad.

Nosotros estuvimos trabajando desde 1978, 1979 y 1980, ya después nos perseguían y ya no pudimos seguir con la Comunidad, no nos dejaron trabajar. Había en la comunidad muchos jóvenes y la mayoría pertenecían al coro de la Comunidad y lo primero que hicieron fue agarrar a un joven de los del coro. Llegaron a su casa, a su hijo de dos añitos lo colgaron de los testículos y querían matarlo para llamar su atención, pero el muchacho en eso llegó y se lo llevaron y nunca más apareció, y ahí empezó la persecución.

Luego el 24 de marzo de 1980, mataron a Monseñor Romero, y toda la comunidad fuimos a sus funerales, no a los funerales en la Catedral, donde masacraron a mucha gente, sino a los funerales que hicieron antes de enterrarle, en la Parroquia del Sagrado Corazón, ahí fuimos y nos ficharon los escuadrones de la muerte3. El domingo siguiente que nos reunimos para la misa andaba una avioneta tirando papeles, y en los papeles nos amenazaban y decían que todos los que pertenecíamos a la comunidad íbamos a ser asesinados. Eran unos papeles anónimos, no los firmaba nadie.

Acoso de los Escuadrones de la Muerte y huida

Mi hermano pensaba que no iban a asesinar a nadie, ya que no hacíamos nada, sólo pertenecíamos a una iglesia, por eso el tranquilizó a toda la gente de la Comunidad, dijo que no podían matarnos por ser de una comunidad cristiana. El no quiso irse, no quiso abandonar, entonces el resto de la gente tampoco se quiso ir.

En 1981 nosotros hicimos una vigilia en memoria de Monseñor Romero y a esa vigilia llegaron “ellos”, en esa vigilia nos estuvieron “ojeando” y ahí nos perfilaron a todas las personas que estábamos en la Comunidad y nos empezaron a perseguir los “Escuadrones de la muerte”, empezaron a ir a nuestras casas, a veces llegaban los soldados, a veces llegaba el ejército y así nos perseguían, y nos molestaban, nos hostigaban constantemente. En la casa de nosotros pasaban muchos carros vigilándonos y un día vimos que pasó un carro frente a nuestra casa, hombres que iban con fusiles y llegó un señor corriendo a la casa a avisarnos y a decirle a mi hermano que se fuera de allí, porque le andaban buscando y ya sabíamos que era o para matarle, o detenerle y torturarle.

Y entonces mi hermano tuvo miedo, y él y todos los hombres miembros de la comunidad se fueron y nos quedamos sólo las mujeres, yo no me podía ir porque estaba mi niña pequeñita y mi mamá, no las podía dejar y me quedé ahí. Cuando los hombres armados, vestidos de civil llegaron, nos preguntaron por mi hermano, que para dónde se había ido y que teníamos que decírselos porque si no a nosotras nos iban a matar, yo le dije que yo no sabía para dónde se había ido, que no sabíamos nada de él. Uno de ellos me dijo, “si vos no hablas, vos la vas a pagar” yo tenía a la niña conmigo y me la arrebató y la tiró al suelo, y la niña empezó a llorar y a vomitar y yo no podía recogerla, porque me agarraron y me pusieron contra la pared y me encañonaron con las armas, y a mi mamá también.

En eso unos vecinos le habían ido a avisar a mi papá y llegó a ver que nos estaba pasando y les dijo “suelten a mi hija y a mi esposa, llévenme a mi” y entonces a él también lo agarraron y lo encañonaron. Andaban varios encapuchados, y ya empezaban a ponerme las esposas y hablaban entre ellos, que la próxima vez tenía que estar ahí mi hermano porque si mi hermano no estaba allí, sí que nos iban a matar a nosotros y así paso mucho rato, nos metían mucho miedo, nos amenazaban.

Después de un largo rato, nos soltaron, pasamos muchísimo miedo. En ese momento mi papá nos dijo que había que irse de allí y así fue como abandonamos nuestra casa. Y mi hermano Salvador Ramírez, a quien más adelante desaparecieron, andaba con nosotras y su familia, y otras hermanas. Mi hermano Salvador, hacía unas cuevas en la tierra y así nos escondimos durante un tiempo, en el monte, en las noches nos movíamos, no teníamos dónde ir, no dormíamos en un solo sitio y estábamos aquí y otra noche allá.

La gente a veces nos daba comida, pero muchas veces aguantamos hambre, sed, frío, lluvia, sol, picaduras de animales y andábamos con los niños. Yo por eso no quise tener más hijos después de haber sufrido todo esto, así que yo sólo tuve una hija. Yo me iba a casar con el papá de mi hija, pero cuando él se dio cuenta de lo que estábamos pasando me dejó, la familia de él era cercana a los militares, así que él dijo que no quería tener problemas y nos dejó a mí y a mi hija. En ese momento, yo tenía 22 años y me quedé soltera y con una hija.

Asesinato y desaparición de mis hermanos

Pasamos varios días aguantando hambre y hubo un día que nos decidimos a volver a la casa porque ya no aguantábamos más, y entonces dijo mi hermano Salvador “vamos a la casa, voy a ir a cortar un racimo de guineo y ustedes enciendan el fuego”, porque en el terreno nuestro teníamos guineos. Y eso hicimos, encendimos la fogata, pero no nos dábamos cuenta que la zona ya estaba acordonada, entonces cuando él fue a cortar los guineos lo encañonaron, eso fue el 9 de mayo de 1982.

Mi hermano decía que no se iba a dejar agarrar, ninguno de ellos, porque tenían mucho miedo a las torturas, y se les escapó, nos pasó avisando que huyéramos y él se fue, más adelante llegaron los hombres armados preguntándome donde estaba, que para donde se había ido, y yo les dije que se había metido en una casa para darle tiempo a que lograra escapar, y se fueron a buscarlo y así él pudo ganar tiempo.

Y ellos me dijeron: “vos sos una mentirosa”, no, les dije yo, y me inventé una historia, que no me había fijado, que no lo había visto, que venía de la clínica con mi niña, y dijo, “ustedes no se van a mover de aquí” y allí nos quedamos mi mamá, mi niña y yo, y el hombre se fue con otros hombres armados a seguir buscando. Más tarde hallaron el rancho en el que nosotros habíamos dormido las últimas noches. Y mientras ellos estaban en el rancho, nos dejaron ir, por perseguir a mi hermano Salvador. Nosotras nos fuimos a buscar a otro hermano que vivía lejos de allí y le contamos todo lo que había pasado. Y ya nos fuimos donde mi papá, y allí encontramos a mi hermano Salvador escondido. Y estuvimos hablando, y me dijo mi papá “mira hija, quédate aquí” seguro a vos también te andan buscando, y yo le dije que no, que había dejado a mi mamá y a la niña donde mi otro hermano.  Era el mes de mayo, yo sólo quería ver que estaban bien y me fui, pero esa noche me quedé cerca donde mi hermano Alejandro Ramírez, mi cuñada me preparó un cuarto que tenían escondido. Como a las 11:30 de la noche escuché la voz de un hombre que me pareció conocida, porque ese hombre era el mismo que había llegado a nuestra casa a buscar a mi hermano Salvador, y le decía a mi hermano Alejandro “entrá que te has robado una grabadora, te vamos a llevar” y yo oía que mi hermano les pedía que quería ponerse los zapatos y vestirse, “no”, le contestaron, “para lo que te queremos no necesitas ponerte los zapatos”, y esa noche estaba lloviendo mucho, y por eso mi hermano Alejandro Ramírez se logró escapar, él es sobreviviente. Mi hermano Alejandro huyó monte adentro y como estaba lloviendo y bien oscuro no le encontraron.

Como a las 5 de la mañana, mi sobrino Joaquín y yo nos fuimos a buscar a mi hermano Alejandro, y ver si había pasado a donde mi papá. Mi sobrino y yo desde lejos vimos unas luces en la casa de mi papá y sentimos que algo había pasado. Y ahí fue cuando nos dimos cuenta que habían matado a dos de mis hermanos, a Rufino Ramírez y a mi hermana que tenía 18 años, Teresa de Jesús Ramírez; y se habían llevado a mi papá que se llamaba Natividad, a mi hermano Salvador y a dos sobrinos.

Mi hermano Alejandro dice que llegó ahí, y una señora le dijo “andate porque se acaban de llevar a todos y han matado a Rufino y a Teresa”. Ese día mataron a mis dos hermanos y se llevaron a mi papá y a mi cuñado Guadalupe y a dos sobrinos de 13 y 14 años. Mi hermano Alejandro pasó bastante tiempo huyendo, pero sobrevivió. Como nos andaban buscando, yo en ese momento me fui a buscar a mi mamá y a mi niña para huir, y unas vecinas dieron sepultura a mi hermano Rufino y a mi hermana Teresa.

Yo tengo cinco familiares desaparecidos: mi papá Natividad, mi cuñado Guadalupe, mis dos sobrinos de 13 y 14 años y mi hermano Salvador, que dos meses después lo encontraron y se lo llevaron. Y tengo dos hermanos asesinados, mi hermano Rufino y mi hermana Teresa. También tengo dos sobrinos que decidieron unirse a la guerrilla después de tanta persecución que tuvimos en la familia, ellos cayeron en la montaña, tampoco pudimos enterrar sus cuerpos.

Mi huida y la detención de mi mamá

Después de todo esto mi mamá y yo empezamos a huir porque el ejército nos andaba buscando y decidimos separarnos porque sobre todo me andaban buscando a mí. Finalmente, mi mamá se fue a la casa de una sobrina que vivía lejos. Con mi niña, yo empecé a trabajar en la casa de una señora que sabía lo que me pasaba, pero me dijo que me fuera a trabajar como empleada doméstica a su casa y que ahí no me iban a encontrar. Tuve que separarme de mi hija porque era más difícil que nos encontraran separadas.

Lo de mis hermanos fue en mayo, el 7 de agosto del mismo año, de 1982, yo sentí una angustia muy grande, y ya por la noche le dije a la señora donde trabajaba que me iba a ir al día siguiente, que tenía que ir a buscar a mi niña y a mi mamá porque me sentía muy angustiada y sentía que algo podía estar pasando. En esa época a mí se me cayó el pelo, me quedé con poco pelo en la cabeza. La señora me dijo que no me fuera, que la angustia que sentía era normal, que era por todo lo que había vivido, pero que seguro que no les pasaba nada a mi mamá y a mi niña. Me dijo que era muy peligroso para mí, que me podían matar, pero yo no le hice caso y me fui. La señora me fue a dejar al Centro Histórico de San Salvador. Y luego, caminando, rumbo a la casa de mi sobrino, me encontré a una señora conocida, de pura casualidad, -esa señora ya murió- y ella me dijo, “Carlota, para dónde vas” y ya le dije que me sentía muy angustiada y que iba a buscar a mi mamá y a mi niña, y entonces ella me dijo que mejor no fuera, porque el día anterior habían detenido a mi mamá, que mejor me escondiera otra vez.

Yo no podía irme, tenía que saber qué había pasado con mi niña, y tenía que buscar a mi mamá. Todo el camino para la casa de mi sobrina, iba llorando y al llegar ya me calmé un poco porque desde el bus vi a mi niña que estaba con mis hermanas. Me bajé del bus y empecé a caminar hacia mis hermanas y mi niña y nos abrazamos todas. Mis hermanas me contaron que se habían llevado a mi mamá y que mi niña estuvo perdida un día, que recién la habían encontrado. ¿Y cómo te has dado cuenta? Me preguntaron, y les dije que sentía que algo malo estaba pasando y ya me contaron mis hermanas que se habían llevado a mi mamá y que le habían agarrado allí en la casa y que ella estaba con la niña y que la niña había quedado perdida y que ellas le habían estado buscando hasta que le habían encontrado.

Yo les dije que me llevaría a mi niña y me iba a ir a buscar a mi mamá, y una de mis hermanas que tenía un bebé me dijo que se iba a ir conmigo, le dejó a su marido los otros niños y se llevó solo al bebé. Entonces cogimos un bus y nos fuimos para el Centro Histórico y empezamos a dar vueltas, en realidad no sabíamos dónde buscar y para donde ir y ya se estaba haciendo tarde. Dos hombres nos preguntaron que, si nos pasaba algo, que, si necesitábamos ayuda, nosotras teníamos miedo de contarles lo que nos pasaba, pero ellos nos vieron mal e insistieron, y finalmente ya les contamos que no teníamos donde pasar la noche.

Los hombres eran de la Cruz Roja y ya nos llevaron a dormir al local de ellos y en el local nos veían preocupadas y nos ofrecieron comida pero nosotras no teníamos hambre, y nos seguían preguntando que si nos podían ayudar con algo más y finalmente les contamos todo, mi hermana empezó a contarle todo lo que había pasado con mi mamá, y ellos nos dijeron que cuando fueran las 8 de la mañana llegaba la delegada del Comité Internacional de la Cruz Roja CICR, y que le contáramos todo a ella, que allí podíamos poner la denuncia de que se habían llevado a mi mamá.  Así que pasamos ahí la noche y al día siguiente a las 8 de la mañana no fuimos a poner la denuncia, hablamos con la delegada y ella nos dijo que no podía darnos esperanza porque tenía muchos casos iguales, y que no podía decirnos nada de momento, y me dijo a mí que no me acercara a ningún cuartel porque si no me iban a dejar allí.

Cuando salimos de la Cruz Roja mi hermana me dijo, “¿ahora que podíamos hacer?”, que nos fuéramos ya para la casa, y yo le dije que fuéramos a buscar a mi mamá al cuartel de Artillería, porque nos enteramos en el CICR que seguramente eran soldados de ese cuartel, los que se la habían llevado. Y empezamos a caminar para el cuartel, sin dinero ni nada, nos encontramos un pikc up y el señor nos preguntó para dónde íbamos, que él nos podía acercar, y no queríamos decirle porque teníamos miedo, pero finalmente terminamos hablando con el señor y nos explicó la forma de llegar al cuartel y como debíamos preguntar por mi mamá.

En el cuartel de Artillería

Cuando llegamos al cuartel hicimos lo que el hombre del pickup nos había dicho y preguntamos por el “capitán de guardia” y nos hicieron pasar,  él nos preguntó qué a qué íbamos y ya le dijimos que andábamos buscando a mi mamá y que andábamos buscando al mayor Cerritos, porque nos habían dicho que era él, el que mandaba allí, y nos decían explíquenos por qué buscan al mayor Cerritos dijo, le dijimos que sabíamos que era él, quien se había llevado a mi mamá. Nos dijeron que el mayor Cerritos andaba en operativo militar y que no iba a llegar hasta tarde, nosotras le dijimos que nos íbamos a quedar ahí hasta que regresara. Nosotras no andábamos más pañales y los niños empezaban a llorar porque querían leche y el hombre que estaba allí se compadeció un poco y mandó a un soldado a traer leche para los niños y para nosotras. Ya más tarde llegaron unos soldados y nos volvieron a hacer la misma pregunta que nos hizo el capitán de guardia.

Se acercó otro hombre a hablar con nosotras, a preguntarnos más cosas, y le explicamos que nosotras andamos buscando a mi mamá porque se le habían llevado, y él nos dijo, “¿cómo es su mamá, cuántos años tiene, cómo se llama?”, etc, y más cosas… Le contamos que mi mamá tenía 65 años, y otros datos, y él nos hablaba bajito, como en secreto, para que el resto no le escuchara. Y preguntó que cómo nos llamábamos, etc. y nos dijo que él estaba cuidando a una señora que se llamaba Herculana, y que la señora le había dicho que había oído llorar a sus nietos, “así que esa señora es su mamá” nos dijo.

También nos aconsejó que nos fuéramos a hacer algo para sacar a mi mamá de allí porque se la iban a llevar pronto. Pero nosotras no quisimos marcharnos y esperamos al tipo Mayor Cerritos hasta media noche, y finalmente, él nos dijo que allí no había ninguna señora, que allí solo había hombres, que allí solo había guerrilleros y que a nosotras nos pasaban cosas porque éramos apoyo de la guerrilla. Nosotras le dijimos que no, que nosotras no éramos de la guerrilla y qué sabíamos que mi mamá estaba allí y que nos la queríamos llevar. Entonces, después de tanto hablar dijo que nos iba a encerrar a nosotras también con las criaturas, y mandó a unos soldados a encerrarnos en una bartolina. En ese momento ya perdimos el miedo y todo, porque en esa situación, una ya no tiene miedo, y pasó la noche y al día siguiente le decíamos al soldado que nos estaba custodiando que si se morían los bebés ellos iban a ser los culpables, porque los niños lloraban, y finalmente nos sacaron.

Mi hermana me decía que nos fuéramos, y yo le dije que se fuera ella y se llevara a los niños que yo me iba al Comité Internacional de la Cruz Roja, para ver que podían hacer. Así, ella se fue para la casa y yo para el CICR para que me ayudaran a sacar a mi mamá de cualquier forma. Yo llegué a la Cruz Roja a decir lo que estaba pasando y la delegada me dijo que por los niños nos habían soltado, y ella llamó por teléfono al Cuartel para decirles que sabía que ahí tenían a mi mamá.

Nadie podía acompañarme, porque todo el personal del CICR estaba atendiendo casos, entonces ella me dijo que iba a escribir una nota para que yo volviera a ir al Cuartel y que ella iba a estar pendiente, por teléfono, para que pudieran soltar a mi mamá. Me dieron la nota y me fui al cuartel otra vez, pero yo en medio de tantas vueltas había perdido mi cédula de identidad de andar de arriba para abajo.

Llegué al cuartel y después de tanto hablar por fin vi a mi mamá, estaba muy mal, muy débil, pero la soltaron y la sentaron en una silla y me metieron a mí a un cuarto y me dijeron que a mí me andaban buscando y que tenía que firmar unos papeles. Yo les había dado la carta, pero tenía un poco de miedo, y les dije que, si no nos soltaban a las dos, que los del CICR nos buscarían, que ellos sabían que no habíamos hecho nada, que nunca habíamos matado a nadie, que solo éramos cristianas, y me dijeron que no, que mi mamá era una “alcahueta” que por eso se la habían llevado, porque permitía que su familia y sus hijos anduvieran en la guerrilla.

Me dijeron que nosotros andábamos en la guerrilla, que mi mamá era la culpable que nos buscáramos la muerte. Les dije que a nosotros nunca nos habían encontrado ningún arma, que lo único que ellos habían encontrado nuestra casa eran biblias, guitarras y libros, y él me decía que nosotros teníamos enterradas las armas y empezó a presionarme para que yo confesara y a insistir, que dónde teníamos las armas, etc.

Al rato, después de leer otra vez la carta que había dado en el CICR, me dijeron que me iban a dejar ir con mi mamá, pero qué tenía que firmar unos documentos, yo pregunté qué documentos eran y me dijo que no tenía opción, que estaba obligada a firmar. Yo tenía miedo y firmé todo lo que me dieron y ni me dejaron leer nada. Me dijeron que tenía que presentarme en el cuartel cada ocho días porque si no me iban a llegar a traer y me iban a meter presa. Y nos fuimos para la Cruz Roja y allí le hicieron una entrevista a mi mamá. En eso llegó mi hermana con mi niña y en la entrevista determinaron que mi mamá y yo no podíamos estar viviendo en cualquier sitio porque nos podían llegar a buscar, así que de la Cruz Roja llamaron al arzobispado porque ellos tenían casas refugio y así fue como nos mandaron para una casa refugio.

La casa refugio y como termine trabajando en el CICR

Nos llevaron a el refugio “San José de la montaña”, pero la verdad es que ahí estuvimos poco tiempo. Ahí llegaban varios muchachos de la guerrilla y ellos querían que yo me uniera a ellos. Yo les dije que no quería porque tenía que cuidar de mi mamá y a mi niña, que después de todo lo que habíamos pasado… que ya tenía yo muertos y desaparecidos, que a ellas no les podía dejar solas, además de que yo era cristiana y yo no quería matar a nadie, que en mi comunidad trabajaba de varias formas, pero que yo no quería colaborar con ellos. Así que nos fuimos, porque dijeron que el refugio solo era para gente de ellos, a los que les querían matar, y que a nosotras ya no nos querían matar. El arzobispo llamó a la Alcaldía para que nos dieran unas láminas y poder hacer una “champa” en un predio baldío y poder para vivir ahí, en una comunidad marginal, y así estuvimos viviendo varios meses, yo trabajaba de lo que podía y la iglesia nos daba víveres, arroz y frijoles, y después mi hermano Alejandro nos fue a buscar y nos llevó a vivir a Santo Tomás.

En el refugio, la delegada y la médica atendían a mi niña, y ellas se quedaron muy sorprendidas de que nos hubiésemos ido, o nos hubieran sacado… así que comenzó a buscarme y, preguntando en casas donde yo trabajaba dio conmigo y me encontró. Me preguntó si yo estaba trabajando y le dije que no, y ella me contó que su esposo era administrador en la Cruz Roja y que andaban buscando una ordenanza, y que, si yo quería trabajar, le dije que me daba vergüenza ir porque yo no tenía ni zapatos, ni ropa. Me dijo que no me preocupara, que ella me iba a llevar en coche y que fuera hacer la entrevista, y así me ofrecieron un trabajo en el que me iban a dar 3 meses de prueba. Así en 1983 yo comencé a trabajar en el Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, y ahí estuve casi 10 años, porque en 1992, por la firma de los Acuerdos de Paz, ellos se fueron de El Salvador.

Mi mamá me cuidaba a mi niña mientras yo iba a trabajar. Más adelante después de superar los 3 meses de prueba, hablé con el jefe para poder ir a estudiar por la noche y le pedí permiso para que me dejara salir una hora antes, yo llegaba bien temprano en la mañana. Y así fue como estudié hasta primer año de bachillerato, porque yo apenas había hecho tercer grado pues había comenzado a trabajar de muy niña. Luego mi mamá cayo grave y tuve que quedarme en casa para cuidarle.

La denuncia, después de los Acuerdos de Paz

Después de los Acuerdos de Paz, he trabajado en varios sitios, en una farmacia, en una panadería, en casas de empleada doméstica. He compaginado el cuidado de mi mamá con el trabajo. Mi mamá no quería que pusiera la denuncia, me pidió que hasta que ella muriera, no empezara a mover cosas porque le resultaba muy doloroso todo aquello y no quería remover cosas. Mi mamá murió en mayo de 1999, y yo puse la denuncia en el IDHUCA, Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, en 2001.

También puse la denuncia en el Arzobispado, y también en la Fiscalía General de la República. Del IDHUCA me dieron apoyo para hacerlo. Actualmente mi “caso” también está en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos CIDH. En la Fiscalía, el Fiscal anterior al actual, puso un investigador para mi caso, pero luego cambiaron de Fiscal y ya no tengo investigador asignado y mi caso está parado.

Cuando en 2001 puse la denuncia, me uní al Comité de Familiares de Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos “Marianella García Villas” –CODEFAM, y conocí la fuerza y el apoyo de las “Madres”.  En la Concertación Monseñor Romero yo represento a la “Madre” Guadalupe4 porque ella está mayor y ya no puede participar tanto, lo hago desde 2010, este grupo lo coordina el Padre Freddy, apoyamos con todo lo relativo al caso-proceso jurídico por el asesinato de Monseñor Romero. Las que participamos en este grupo, somos todas víctimas o familiares de víctimas, eso nos legitima y nos da fuerzas para hacer denuncias y queremos conseguir justicia para Monseñor Romero.

Desde hace poco tiempo, desde 2018 también estoy en el Grupo Gestor para la Ley de Reparación Integral de Víctimas del Conflicto Armado Salvadoreño, siempre por apoyar a “Madre” Guadalupe, aunque el tema no está avanzando nada, y en la Asamblea Legislativa quieren aprobar una nueva Ley de Amnistía que nos maltrata a las víctimas. No he podido participar tanto porque no estoy muy bien de salud, mi hija está enferma de cáncer y aún estamos recuperándonos… En este momento me ayuda económicamente mi nieto, yo no tengo ningún tipo de apoyo de ninguna institución u organización.

Aquí seguimos, luchando con todo lo que hacen los diputados de la Asamblea, porque quieren aprobar una ley de Amnistía que es una vulneración para los derechos de las víctimas, nosotros queremos que aprueben la Ley Integral que hemos venido trabajando con tanto esfuerzo, para que haya una verdadera reparación moral, reparación material, verdad y justicia y no repetición.

Yo soy líder de mi comunidad para el desarrollo comunitario y también sigo de catequista. Este último año no he podido participar mucho en nada, por mi enfermedad. En el Grupo Gestor ha habido varias actividades, conferencias de prensa, visitas a la Asamblea Legislativa y varias cosas más. Cuando me sienta mejor voy a volver al Grupo Gestor, tenemos que tener confianza de que vamos a lograr que nos aprueben la Ley Integral, la que hemos trabajado las víctimas, con el apoyo de la sociedad civil.

(Testimonio fue tomado con el apoyo de Tania Cañas, enero 2020)

1. Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.

2. Radio clandestina del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional FMLN.

3. Los Escuadrones de la Muerte de El Salvador son Grupos paramilitares de extrema derecha que se formaron en el Conflicto Armado Salvadoreño.

4. Guadalupe Mejía, conocida como “Madre Guadalupe”, es una líder histórica de CODEFAM y de otros espacios de lucha contra la impunidad en El Salvador. A pesar de su avanzada edad, ha seguido presente –en la medida de sus posibilidades- en la lucha por conseguir una Ley Integral de Reparación.

http://www.probusqueda.org.sv/grupo-gestor-para-la-ley-de-reparacion-de-victimas-realizo-foro-audiencia-de-la-cidh/

http://www.cultura.gob.sv/secultura-edita-libro-sobre-origenes-de-las-organizaciones-populares/