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Nora Ahmetaj1 (Kosovo)

“La sociedad civil nunca se detuvo. Nunca dejó de cooperar. Nunca.”

Los inicios de su activismo

Durante los años en los que comenzó a surgir el movimiento de resistencia civil noviolenta en Kosovo por parte de la población albanokosovar, en la década de 1990, comenzó también la  trayectoria de Nora Ahmetaj como activista. Nacida en la capital, Pristina, no fue hasta que superó los veinticinco años cuando empezó a involucrarse de forma activa en el movimiento noviolento y como investigadora en el ámbito de los Derechos Humanos. “Tengo recuerdos de protestas anteriores, tanto de los mineros como de los estudiantes, pero era una niña, tendría como ocho o nueve años”, afirma. Se refiere a las constantes protestas que comenzaron a organizarse en el territorio desde 1980.

Con la muerte de Josip Broz Tito y el  inicio de la desintegración de Yugoslavia, a principios de la década de 1980, el ambiente político, social y económico en Kosovo era turbulento. Durante esa década, afirma Ahmetaj, “la situación en la capital no era del todo mala, pero podías oler el ambiente hasta siendo un niño”. El deterioro de la situación era palpable en la cotidianeidad: “no podías ir sin tu documento de identificación por la calle, sentías miedo cuando veías a la policía serbia (en aquel entonces yugoslava) en la calle, comenzaron a segregar a estudiantes de origen albanés y origen serbio en las escuelas… No podías crecer en estas circunstancias y pretender que nada ocurría a tu alrededor”.

“De un día para otro”, recuerda, “me di cuenta que la población albanokosovar era mayoría en Kosovo, parte de Yugoslavia constitucionalmente, pero de segunda clase”. Durante la década de 1980 cuajó el apartheid entre la ciudadanía albanokosovar y serbokosovar: la segregación en todos los ámbitos, el traspaso de poder de la ciudadanía albanokosovar a la ciudadanía serbokosovar en los principales espacios de poder (liderazgo del Partido Comunista del territorio, principales fábricas, escuelas…), etc. En 1989, con la llegada de Slobodan Milosevic al poder, la situación comenzó a complicarse aún más. Ese mismo año, éste ofreció su apoyo al nacionalismo serbio en uno de los primeros discursos que ofreció en Kosovo. No tardó en abolir toda iniciativa independiente, poniendo en marcha un nuevo sistema constitucional y legal, así como un sinfín de medidas represivas contra la población albanesa. Con la llegada al poder de Milosevic se reactivaron las protestas en Kosovo, primero por parte de los mineros, y después por parte de los estudiantes. “Nunca se me podría haber ocurrido que viviría tales niveles de segregación y conflicto, y que viviría ambas situaciones como activista social y por la paz”, reflexiona casi tres décadas después. “Aunque en la actualidad el período de resistencia civil noviolenta se identifique con la década anterior a la explosión de la guerra, la resistencia comenzó desde bien antes, desde que yo tenía alrededor de diez años. Crecimos entre protestas, de diferente tipo y rango, pero crecimos entre continuas protestas”, recuerda, en referencia a toda su generación.

Participación en el movimiento de resistencia civil noviolenta

Para los inicios de la década de 1990, el movimiento de resistencia civil noviolenta estaba ya tomando forma. Los mineros se habían encerrado durante meses en las minas de Trepça, con el fin de protestar en contra de la segregación, la cual no sólo estaba afectando de forma directa a nivel político, sino también a sus trabajos, ya que la gestión de las minas pasó a manos serbias y serbokosovares. Poco después, a estas protestas masivas se unieron los estudiantes (mayoritariamente universitarios), ya que una de las medidas adoptadas por Milosevic fue el cierre de todas los centros escolares y académicos para la población albanokosovar. “Era imposible pretender que nada estaba pasando. Toda la generación de mis padres estaba perdiendo sus trabajos. En pocos meses nos encontramos con casi toda la población albanokosovar desempleada, y aquellos que mantenían sus puestos eran identificados como traidores o desleales a la causa albanokosovar. También estaban aquellas familias que podían enviar a sus hijas e hijos a estudiar al extranjero. Había excepciones, pero en general, la gran mayoría de la población albanokosovar se vio sin empleo de un día para otro y, en consecuencia, con escasos medios para subsistir”.

En este contexto, la Liga Democrática de Kosovo (LDK), principal partido político del territorio creado en 1989, después de la caída del Muro de Berlín y cuando se posibilitó la creación de partidos políticos más allá del Partido Comunista, comenzó a dar forma al movimiento de resistencia civil noviolento. Diversos sectores habían dado fuerza a esta opción frente a la represión serbia en el territorio y la creación del partido y su expansión a todo el territorio facilitó su identificación directa con la resistencia civil. Se realizaron elecciones clandestinas y se formó un gobierno paralelo (que declaró la independencia de Kosovo en 1991 después de la realización de un referéndum a favor de la misma), un sistema educativo paralelo, un sistema de salud paralelo, e incluso un sistema propio de impuestos, con el fin de sostener financieramente el movimiento y el estado paralelo. “Aquellos que proveníamos de familias que no tenían dinero para enviar a sus hijos e hijas al extranjero, continuamos con nuestros estudios en este sistema educativo paralelo, el cual nunca me gustó, en particular. Estudiábamos en escuelas clandestinas, en los sótanos que profesores o familias cedían con este fin. Estos espacios estaban abarrotados, las y los profesores hacían lo que podían sin ningún tipo de recurso. Pero tampoco todos pudieron terminar sus estudios. No podías seguir estudiando, por ejemplo, medicina, o arquitectura, o electromagnética, porque carecíamos de los recursos materiales para ello. Aún así, miles de estudiantes continuamos con nuestros estudios de esta forma”, relata.

Paralelamente empezó el éxodo de chicos jóvenes y hombres al extranjero, a Europa occidental y a los Estados Unidos de América principalmente y con dos objetivos principales: evitar la incorporación a la armada yugoslava, ya que un elevado número eran devueltos a sus familias en ataúdes; y trabajar para ayudar al sustento de sus familias. “La intensidad de la violencia fue variando en los primeros años de la década de 1990. Comenzó la guerra en Eslovenia, después en Croacia, después en Bosnia, y nosotros esperábamos. Esperábamos porque o explotaría en Kosovo en cualquier momento también, o se iría retrasando hasta que la situación fuese insostenible. Sabíamos lo que estaba sucediendo en esas guerras, pero había gente que tampoco podía permitirse interesarse sobre estos sucesos, porque la situación en la que vivíamos era también terrible”.

La sociedad civil se reactivó con fuerza en el contexto de la guerra de Bosnia. Iniciativas de estudiantes y mujeres, por ejemplo, comenzaron a organizar protestas denunciando la situación, tanto desde una perspectiva general a nivel yugoslavo, como desde una perspectiva más local en Kosovo. “Qué hicimos… Lo que hicimos fue organizar iniciativas para atraer las miradas a la prevención de la escalación del conflicto, concienciar de lo que podría pasar también aquí si los eventos evolucionasen de forma negativa. Ahora, mirando atrás, veo que era algo imposible. En el fondo, todos sabíamos o éramos conscientes de que nosotros también íbamos a tener que pasar por el mismo proceso”, confiesa. Ibrahim Rugova, líder de la LDK, reforzó su postura noviolenta y así se lo transmitía a la sociedad: “recuerdo que Rugova solía repetir: ‘sed pacientes, todo se solucionará’. Ahora veo que, en realidad, no tenía la capacidad para combatir a un enemigo como Serbia. Él veía, como lo vemos los demás ahora, que nuestra debilidad era la falta de organización. De ahí el ímpetu en la organización del movimiento noviolento, y sobre todo, del énfasis de la diáspora en apoyar el movimiento”. Toda la década se caracterizó por el refuerzo del movimiento de resistencia civil noviolento, así como, al final de la misma, por su rápido deterioro. “Cada vez que había muertes se organizaban protestas de todo tipo: manifestaciones masivas, actos de protesta más pequeños, actos de desobediencia civil. Lo que estaba claro en el ambiente era que la población albanokosovar estaba continuamente oprimida y que era necesario luchar. Hasta entonces, esta lucha se identificaba con una lucha noviolenta. En ese contexto comenzaron también las marchas masivas como protesta a los asesinatos que estaban sucediendo. Lo intentamos de diferentes formas hasta más o menos 1997”.

Una mujer de ciudad

Ahmetaj es franca: “Hablo desde la perspectiva de una mujer de ciudad, que proviene de un familia liberal y educada”. Hace referencia a las diferencias que, sobre todo en la década de 1990, se podían palpar entre las mujeres que habían adquirido una educación y trabajaban también fuera de casa (sobre todo Pristina, la capital) y las mujeres de ámbitos rurales, que no habían tenido ningún tipo de acceso al sistema educativo ni tenían la posibilidad de abandonar el espacio familiar privado. “Lo digo porque es necesario tenerlo en cuenta. La situación no era la misma para nosotras o para ellas”. Efectivamente, el conflicto llegó antes a las zonas rurales, y la violencia era más intensa también en este ámbito. Pese a que la sociedad albanokosovar, en todos los sentidos, era entonces una sociedad notoriamente patriarcal e impermeable, las diferencias eran visibles entre los entornos urbanos y rurales. Pocas mujeres provenientes de ámbitos rurales tenían acceso a la educación. Para muchas mujeres dejar la casa familiar sin estar acompañadas de un hombre de la familia era algo impensable.  “También había mujeres de otros municipios que se unían a las protestas y manifestaciones en Pristina, pero eran menos”. Ahmetaj reflexiona al respecto: “es cierto que, a través del movimiento por la reconciliación iniciado por el profesor Anton Cetta, muchas mujeres de todo el territorio comenzaron a participar de forma activa en el espacio público”. El movimiento por la reconciliación fue uno de los principales proyectos que mantuvo la unidad del movimiento de resistencia civil noviolento. Cientos de familias vivían amenazadas por vendettas, lo que se denominaba como feudos de sangre. Respondían a la tradición albanesa basada en el Código de Leke Dukagjini, el cual hacía referencia a la frase “ojo por ojo, vida por vida”. Se protegía así el honor de las familias ante amenazas exteriores, pero para la década de 1990 existían cientos de familias bajo amenaza de asesinato hacia alguno de sus miembros siguiendo a esta tradición. Cetta puso en marcha el movimiento por la reconciliación, con el fin de abolir los feudos de sangre. En pocos años, dejó de existir esta dinámica que contribuyó a la unidad de la población albanokosovar. “Es cierto que muchísimas mujeres participaron en este movimiento. Muchas de ellas también se estaban revelando contra sus familias y las tradiciones patriarcales que las anclaban al espacio privado y familiar. Las mujeres, en general, estaban continuamente luchando en dos niveles: en primer lugar el nivel familiar y doméstico, y en segundo lugar, el nivel nacional. En este caso, para mí, sólo se trataba del nivel nacional, ya que no tenía los problemas que la mayoría de mujeres podían tener en otras partes de Kosovo”, confiesa Ahmetaj. “En Pristina, por ejemplo, las mujeres también tuvieron que pelear por participar en la LDK. Sin embargo, estuvieron ahí todo el tiempo”.

Surgimiento de la conciencia feminista

“Mi trayectoria como activista y como investigadora de crímenes de guerra comenzó en el Consejo por la Defensa de los Derechos Humanos y la Libertad” (Council for the Defense of Human Rights and Freedoms). Se trataba de una organización creada en 1989, la cual tenía como objeto identificar y registrar todo tipo de violaciones de Derechos Humanos que se estaban dando en Kosovo, así como apoyar a las víctimas. Situada cerca del núcleo del movimiento de resistencia civil noviolento, la organización tenía contactos en todo el territorio e información específica sobre lo que estaba ocurriendo en todos los municipios. En poco tiempo, el Consejo se volvió parte de la estrategia noviolenta también: “recuerdo que llegábamos en seguida al lugar de los hechos,  y animábamos a las víctimas y a las personas de su alrededor a no utilizar la fuerza, a mantenerse en la noviolencia”.

Sin embargo, la intensidad de su trabajo, así como los períodos que pasaba en Belgrado, hicieron que buscase una red de apoyo. “Así encontré a las Mujeres de Negro”, recuerda. “Necesitaba, de alguna forma, sacar todo el estrés que acumulaba en mi cuerpo. Necesitaba descargar toda la energía negativa que acumulaba en el cuerpo debido a mi trabajo. No sólo aprendí muchísimo de ellas, sino que, además, podía intercambiar impresiones sobre la situación política de toda Yugoslavia con ellas. Podía mirar a lo que estaba sucediendo con distancia de por medio, analizar los sucesos desde otra perspectiva. Fue a través de ellas que reforcé mi pacifismo y mi activismo social. Nunca aprobé  ningún tipo de violencia, en ningún sentido, pero a través de Mujeres de Negro mi pacifismo se cristalizó. Y, junto con esto, también mi conciencia feminista”. Ahmetaj fue una de las pocas mujeres kosovares que participaba de forma activa en la red de Mujeres de Negro. “Pude aprender, de primera mano, cómo las mujeres vivían los conflictos, diferentes conflictos, desde la Segunda Guerra Mundial hasta entonces. Cómo vivían también la reconstrucción de las sociedades, los períodos de posguerra, a través de la sabiduría de diversas mujeres que provenían de diferentes zonas de los Balcanes. Venían también a Belgrado mujeres desde España, Italia, Jerusalén, Nueva York, Reino Unido, Holanda, Egipto… Para mí supuso la  apertura a un nuevo mundo”.

“Veo ahora que mantuve un activismo paralelo. Mientras trabajaba y protestaba en Kosovo, era parte también de Mujeres de Negro en Belgrado, protestando contra Milosevic. Era increíble organizar protestas en el centro de Belgrado con pancartas escritas en albanés, señalando que queríamos la paz, o que las mujeres albanesas eran nuestras hermanas. En aquellos años esto suponía una provocación: nos golpeaban, amenazaban… Pero también sentíamos que contribuíamos y aprendíamos, y estábamos orgullosas de lo que hacíamos”. Ahmetaj es consciente, también, de los desacuerdos que podía haber entre mujeres de orígenes y experiencias tan diversas que formaban el colectivo Mujeres de Negro. “Sin embargo, nunca me sentí discriminada por ser albanokosovar. Teníamos debates difíciles muy a menudo, debates muy emocionales en los que todas decíamos lo que necesitábamos decir. Pero no había más agendas entre nosotras. La posición era común: se trataba de un régimen que estaba dañándonos a todas”.

Protestas de mujeres

Ahmetaj quiere subrayar cómo se percibía y trataba la violencia contra las mujeres en Kosovo. “Lo que en aquel entonces no me gustaba, y sigue sin gustarme ahora, era el tratamiento que se le daba a la violencia contra las mujeres, en este caso principalmente la violencia doméstica. Existían todo tipo de diferentes violencias sin cesar, desde la falta de acceso a la educación, al empleo, la libertad de movimiento o de expresión… También la violencia doméstica contra las mujeres. Pero todo se posponía, todo era secundario o terciario, en comparación con el objetivo principal: la lucha contra el régimen serbio y la independencia de Kosovo. Esto ocurre también en la actualidad. No me gustaba entonces y no me gusta ahora”. Es clara: “creo que tenemos que trabajar en todos los niveles, no puedes decir ‘OK chicos, ahora podéis pegar y golpear a vuestras mujeres, tenemos cosas más importantes que hacer’. Esto era uno de los factores por el que muchas Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), sobre todo de mujeres, estaban lidiando: la defensa de los derechos humanos y los derechos de las mujeres. Pero la idea principal era la de gestionar primero al enemigo, y después todo lo demás. Obviamente, no hicimos bien el trabajo, y aún, incluso hoy en día, la dimensiones de la violencia doméstica contra las mujeres son enormes”, reflexiona.

Noviolencia vs. Lucha armada

Desde 1997 más o menos, de forma paralela, se había ido formando el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). “Eso no lo sabíamos. Ahora, mirando atrás, podemos ver que se gestó durante mucho tiempo en la diáspora, mientras nosotros, aquí, intentábamos hacer lo que estaba en nuestras manos: básicamente, reaccionar. Su visión era que no íbamos a conseguir nada a través de medios pacíficos. De un día para otro, la frustración y la confusión se apoderaron de toda la sociedad. Mientras nosotras y nosotros protestábamos y la policía serbia nos destrozaba física y psicológicamente, menguaba nuestra unidad y solidaridad, el ELK apareció en la zona central de Kosovo, donde la situación había empeorado más. Fue frustrante. Frustrante, confuso. La situación era confusa porque nadie sabía quiénes eran, qué iban a hacer, por qué aparecían en ese momento, qué iba a pasar con la resistencia civil noviolenta... En general la ciudadanía estaba en completo shock. Pero, por otra parte, también había un sentimiento de positivismo. Muchas personas pensamos ‘bien, ahora Serbia verá que hay también otra fuerza’”, afirma. Gran parte de la población, recuerda, era consciente, sobre todo con el paso de los años, que sería imposible evitar la guerra o conseguir los objetivos de la ciudadanía albanokosovar sin ningún tipo de apoyo internacional. “De todas formas”, afirma, “prefiero centrarme en mi activismo social, ya que desde 1997, y como mujer parte de la sociedad civil, me he centrado en investigar crímenes de guerra. He estado activa no sólo en Kosovo, sino también en toda la región”.

Fue en esta época en la que las primeras organizaciones de mujeres se crearon, comenzando a participar de forma activa en todo el territorio a favor de los derechos de las mujeres, y organizando sus propias marchas y protestas a favor de la misma causa. “Recuerdo muy bien la marcha que se organizó a Drenica. Participamos miles de mujeres, con una barra de pan de un kilo en nuestras manos cada una”. La marcha la organizaron diversas activistas feministas con el fin de llevar la atención a los eventos que estaban ocurriendo en Drenica, zona central de Kosovo, donde el ELK había hecho ya su aparición y los ataques del ejército serbio estaban siendo incesantes. El objetivo era atraer atención internacional a lo que estaba ocurriendo en el territorio, pero al mismo tiempo, trasladar el foco también hacia la situación de las mujeres kosovares. “El mensaje era también demostrar a la ciudadanía de Drenica que pensábamos en ellos, que estábamos con ellos, y que les llevaríamos comida. El objetivo era caminar desde Pristina a Skenderaj, pero nos lo prohibieron. La marcha no pudo avanzar más allá de Fushë Kosovë (municipio colindante con Prishtina). La policía nos paró. Pero el mensaje tuvo fuerza”. Y, efectivamente, logró atraer los primeros medios de comunicación al conflicto, algo que ni la resistencia civil noviolenta ni el ELK habían logrado.

Para 1998 la situación se había descontrolado totalmente, con el ELK habiendo adquirido fuerza y la sociedad civil perdiendo confianza en el movimiento de resistencia civil noviolento. “Estábamos exhaustas por el terror. Por todo lo que estaba ocurriendo. Estábamos esperando a que sucediese algún cambio, y entre tanto, la sociedad civil, con algunas pocas ONGs en aquel entonces, nos centramos en ofrecer ayuda humanitaria. Los servicios sociales –paraestatales– ofrecían ayuda legal y asistencia psicológica, pero no podíamos hacer mucho más, más allá de recabar información, transmitir lo que estaba ocurriendo en el terreno. La aparición del ELK nos descentró. Estábamos, al principio, muy confusos. Pero después vimos que se trataba de una red organizada de forma horizontal a lo largo de todo el territorio, y de alguna forma nos sentimos contentas y contentos de tenerles. No nos sentimos aliviadas porque sabíamos que la armada serbia era muy fuerte en comparación con esta red. Pero el conflicto, la guerra ya, llegó la situación de deterioro total, con cada vez más asesinatos en masa, masacres… Vimos que no había ninguna opción de vuelta atrás. El ELK estaba ahí, pero los asesinatos se convirtieron en masivos, casi toda la población había escapado o habían sido expulsada de sus hogares. Llegó un momento en el que  todos queríamos que llegase el momento del bombardeo (de la OTAN). Todas y todos. Aunque sabíamos lo que había ocurrido en Bosnia después del bombardeo, aunque sabíamos que era la población la que más había sufrido con el bombardeo. La situación era tan extrema, sobre todo desde principios de 1999, después de la masacre de Reçak, que el sentimiento general era ‘vivos o muertos, necesitamos el bombardeo’. No podíamos más. Habíamos llegado al límite”. Recuerda que, en aquel entonces, incluso la sociedad civil estaba a favor de la intervención internacional de la OTAN: “éramos tan pro-intervención como cualquier otro sector. La situación había llegado a extremos inimaginables. Recuerdo discusiones con colegas, en las que reflejábamos lo conscientes que éramos sobre el sufrimiento que traería una posible intervención. Los sabíamos por la experiencia de Bosnia, pero la situación era extrema”. Recuerda diversas vivencias de su trabajo: “En el oeste del territorio, en Deçan, cerca de Peja, mientras el ejército serbio y el ELK combatían, la población escapaba de sus casas. En tractores, con lo puesto. Mujeres mayores relataban llorando la situación. Nunca se me olvidarán estas palabras: ‘Hemos vivido guerras antes, la Segunda Guerra Mundial, también otras guerras regionales, pero esto es horrible. No tratan de hombre a hombre, violan a mujeres, asesinan a niños y niñas, a mujeres embarazadas, a personas mayores’. Esas mujeres eran más conocedoras de los Convenios de Ginebra que los hombres que estaban luchando en un bando o en otro. Recuerdo cómo otra mujer preguntaba: ‘¿Qué tipo de armadas son estas? En otras guerras que hemos vivido los hombres luchaban contra los hombres. No contra las mujeres, las y los niños, las personas mayores’”.

Lo que Ahmetaj recuerda con más rabia es la estrategia que el ELK mantuvo durante meses: “Provocaban a la policía serbia con ataques y después se retiraban, se escondían en las montañas. Dejaban a las mujeres, a las personas mayores y a los y las niñas en los pueblos, y cuando el ejército serbio llegaba, no tenían ningún tipo de protección, lo quemaban todo. Lo hacían a propósito porque sabían que con más muertes la comunidad internacional intervendría en el conflicto. Odiaba esta postura, porque yo estaba en el campo y veía lo que estaba ocurriendo, el sufrimiento de la gente”.

Una sociedad civil que nunca se detuvo

Ahmetaj es tajante: “La sociedad civil nunca se detuvo. Nunca dejó de cooperar. Nunca. Había debates constantes entre personas diferentes aquí y allá, pero nunca interfirieron en las relaciones entre diferentes grupos y organizaciones, sobre todo de mujeres. Siempre mantuvimos buenas relaciones con mujeres en Serbia, Bosnia, Kosovo, también en Macedonia, Montenegro, Eslovenia y Croacia. Y no sólo hablo de relaciones entre mujeres activistas de la sociedad civil, sino también de relaciones con mujeres políticas”. Subraya el aprendizaje que su trayectoria como activista e investigadora en el ámbito de los Derechos Humanos le ha aportado: “A veces el conflicto resultaba ser positivo, porque te daba la oportunidad de autoevaluarte, evolucionar y ser más constructiva, sobre todo bajo la situación en la que nos encontrábamos. Así crecí y aprendí, y no me arrepiento de los debates – altamente emocionales – que pude haber tenido con gente diferente, inclusive en Belgrado u otros sitios en Serbia. Porque así es cómo nos comprendemos a nosotras mismas, cómo comprendemos la sociedad en la que habitamos, cómo nos podemos mirar a nosotros mismos y a las comunidades en las que vivimos a través de otros ojos y otros ángulos. Este ejercicio facilita poder ver aspectos positivos y negativos, facilitándote transitar más allá de un posicionamiento victimista. Porque nunca me gustó ese rol. Me ayudó, mucho. Me ayudó a hablar. Pero nunca me gustó”.

Independencia de Serbia

En 1999 la OTAN finalmente intervino en el conflicto, bombardeando durante alrededor de tres meses, entre marzo y junio, posiciones serbias tanto en Kosovo como en Serbia. Las fuerzas serbias comenzaron a retirarse en junio, y Kosovo pasó a estar bajo el mandato de la ONU, aunque en un limbo: la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad habilitaba a la UNMIK (la Misión de la ONU en Kosovo) a gestionar el territorio, pero seguía identificando al territorio como parte de Serbia. En febrero del 2008, Kosovo declaró su independencia  de forma unilateral, con el apoyo inmediato de potencias como Estados Unidos de América, Alemania, Reino Unido o Francia, entre otros. “La  declaración de independencia no fue más que una visión”, afirma Ahmetaj. “Todos creíamos que la independencia traería cambios: trabajo, más seguridad… Todo lo contrario, trajo más inseguridad, menos trabajos, y más deseos. Años después de la independencia  sólo se pueden constatar algunos pequeños cambios”. Ella, que nació y creció en la capital, Pristina, puede constatar las diferencias entre la pre-guerra y la post-intervención: “Siempre tuvimos electricidad aquí. Siempre tuvimos agua potable, nunca tuvimos cortes ni de agua ni de electricidad, la basura se limpiaba todos los días, de ninguna manera había tanta suciedad como ahora”. Y recuerda, también, la imagen que generaciones anteriores siguen teniendo de la antigua Yugoslavia: “Hay mucha gente que recuerda cómo en la era de Tito, cuando Yugoslavia estaba en la edad de oro, la seguridad social era mucho mejor, había trabajo, educación, salud pública  de calidad… Ahora no puedes ir al hospital si no puedes cubrir todos los gastos. No tienes seguro médico, no tienes trabajo, el poco trabajo que hay no se circunscribe a un trabajo con contrato, los salarios son muy bajos. Sobrevivir, simplemente sobrevivir, es tan complicado. Por eso siempre intento diferenciar la Pristina anterior a la guerra y la Pristina posterior a la guerra. Porque no tienen nada que ver la una con la otra”.

“En general, la ciudadanía esta harta de estar pendientes de la situación política. Estamos deseando de no pensar en la política, pero no tenemos otro remedio, la política nos quita el aliento. La gente sólo quiere una vida mejor, prosperidad económica, trabajo, y cerrar página.  Sí, veo a la gente joven con un nuevo espíritu de cambio, un nuevo espíritu basado en la idea de ‘ya es suficiente, ya hemos tenido suficiente experimento internacional y suficiente corrupción local’. Les apoyaré. Hoy en día sólo confío en ellas y ellos. Mi generación, con todo lo que ha vivido, está ya cansada. Muy cansada. Pero la juventud tiene fuerza. Es lo que aún me mantiene aquí”.

1. Este texto elaborado por Itziar Mujika, se basa en diferentes entrevistas realizadas a la activista Nora Ahmetaj entre 2013 y 2014 en Pristina, Kosovo.